Si echamos una rana en una olla con agua hirviendo (a veces dicen agua muy caliente), esta salta inmediatamente hacia fuera y consigue escapar. En cambio si ponemos una olla con agua fría (a veces dicen temperatura ambiente) y echamos una rana esta se queda tan tranquila. Y si a continuación empezamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reacciona sino que se va acomodando a la temperatura hasta que pierde el sentido y, finalmente, muere achicharrada.
Se trata de una conocidísima fábula para mostrar nuestra dificultad de adaptación a los cambios incrementales; aquellos que no son súbitos. Incluso, con frecuencia se dice que está basada en probados experimentos. Falso. Hasta hay dos autores, realmente solventes (a ambos los considero maestros), que la publican en dos de sus libros: Primero fue Peter Senge en La quinta disciplina y, algunos años más tarde, Manfred Kets de Vries la incluyó en Life and Death in the Executive Fast Lane.
La fábula está bien para transmitir un par de enseñanzas, al menos.
Primero, nuestra capacidad para observar una situación problemática gana mucho si somos capaces de tomar distancia y observarla “desde fuera”. Y segundo, existen proceso lentos y graduales que amenazan nuestra supervivencia (o nuestra satisfacción, felicidad…) y que no somos capaces de identificar a tiempo.
¿Por qué ha sido así? ¿Por qué es tan popular esta fábula? Pues porque en el fondo se trata de una fantástica metáfora, sencilla y gráfica, de algo que realmente nos ocurre a los seres humanos, tanto como individuos como cuando nos juntamos en equipos y organizaciones: tendemos a acomodarnos en lo conocido, en la zona cómoda o de confort, y llegamos a negar incluso que permanecer ahí limita nuestras posibilidades, nuestra felicidad o realización o hasta nuestra supervivencia. Y digo más, creo que ello se produce tanto ante cambios incrementales del entorno o de nuestras circunstancias, como también en el caso de cambios súbitos. Los ejemplos pueden ser infinitos:
• Permanecemos en un empleo a pesar de que nos limiten nuestras responsabilidades, las posibilidades de aprendizaje, de promoción o la satisfacción personal. Personas que nunca aceptarían un empleo con esas características, se aferran a él cuando poco a poco, de modo progresivo, van entrando en una situación como la descrita.
• Esa empresa, pequeña o grande (aquí el tamaño no importa), que ve cómo lentamente sus márgenes se van estrechando, que poco a poco va perdiendo clientes y capacidad de competir, y que sin embargo siguen tratando de hacer lo que siempre han hecho, lo que saben hacer, aunque eso ya no sea suficiente.
¿Por qué nos ocurre esto, realmente?
Pues porque son muchas las personas que funcionan bajo el paradigma “Problema-Reactivo”. Lo utilizamos para protegernos del peligro y de las amenazas. Se trata de un paradigma que tiende a alejarnos de lo que no deseamos (problemas, obstáculos, amenazas…). Lo que queremos es volver “a la normalidad” lo antes posible, a que las cosas sean como antes del problema o amenaza. Es una cosmovisión guiada por el miedo, ya sea a que nos ocurra algo o a que nos deje de ocurrir, donde la ansiedad juega un papel central. Solemos tomar acciones (o no tomarlas) que lleven a reducir nuestro nivel de ansiedad, aunque estas acciones no resuelvan realmente el problema o no nos conduzcan al futuro que deseamos.
¿Cuál es la alternativa?
Pues cuestionar ese paradigma, esa cosmovisión y adentrarse en un proceso difícil y largo, aunque también estimulante y motivador, de transformación personal que te lleve a funcionar más bajo el paradigma “Resultado-Creativo”. En esta cosmovisión la energía para actuar no viene del miedo o de la reducción de la ansiedad, sino de la pasión, del deseo de querer conseguir algo que nos haga sentir bien. Desde ahí, con esa energía es posible conseguir resultados extraordinarios de modo sostenible. Este paradigma o cosmovisión es la base del crecimiento personal, del desarrollo del liderazgo y, en general, la base para conseguir vidas más plenas y satisfactorias, guiadas por un propósito y por una visión de lo que realmente anhelamos.
Si te vas acomodando y acostumbrando a los cambios que llegan sin reflexionar sobre ellos, puede que pierdas la visión de la realidad y termine afectando a tu calidad de vida. Busca siempre lo mejor para ser feliz y nunca pierdas la visión del lugar donde te encuentras.
Fuentes: Guia Infantil / Pablo Tovar
MPC Coaching
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