26 de noviembre de 2021

Autoestima a discreción


Es un lugar común que una parte importante en la que reposa una vida exitosa, es gozar de una sólida autoestima. “Autoestima” es sin duda uno de los conceptos que más utilizamos a nuestro antojo, a discreción, y muy a menudo confundiéndolo con aspectos relacionados con el orgullo, la vanidad o la soberbia. Sin embargo, entre aquella y éstos, hay fundadas diferencias, que tienen que ver con otros dos conceptos algo menos conocidos: autoconcepto y autoimagen.

En un taller de conocimiento personal, la semana pasada, una mujer de treinta y dos años, comentaba que ella no tenía autoestima porque de sus cuatro hermanos, ella era la única que no tenía un piso en propiedad, ni había fundado una familia. Su gran error era concebir la autoestima como producto de la autoimagen, es decir, de cómo ella cree ser percibida por los otros, en definitiva: de una comparación con “modelos idealizados” que laten en su mente. Si nos dejamos llevar por su “victimismo”, podemos caer en la, poco favorable para ella, tentación de consolarla, e intentar reconfortarla, si bien, una intervención más acertada nos llevaría a cambiar el orden en el que ella establece el binomio causa-efecto. En este sentido, es más acertado pensar que uno no tiene lo que desea, porque no goza de una buena autoestima, a pensar que uno no tiene una buena autoestima, debido a que no tiene lo que desea. No debe de ser por otra cosa que el psicoterapeuta canadiense, Dr. Nathaniel Branden la define como la confianza en nuestro derecho a triunfar y ser felices.

A menudo, autoestima y humildad, para numerosas personas son valores difíciles de conciliar, ya que, en sus cabezas, existe la arraigada creencia de que humildad es simplemente, tener una mala opinión de los talentos personales, de la propia valía, de las características personales que cada cual tiene. Esta falsa concepción de humildad, que echa sus raíces en nuestros condicionamientos culturales, es uno de los grandes torpedos a la línea de flotación de una buena autoestima.

Más allá de la comparación, y de la autoimagen, la autoestima será una aliada apropiada para conseguir cubrir nuestras necesidades, si es producto del autoconcepto, es decir, del conocimiento personal y de la gestión que hacemos de nuestras emociones. Por lo tanto, hablar de autoestima, obliga a una evaluación continua de uno mismo, e implica tener un diáfano convencimiento de lo que se puede y no se puede hacer. Todo ello se traduce en un aumento de nuestras capacidades: de afrontar desafíos, de desarrollarnos en libertad y con una esencial mejora de nuestras relaciones con los demás.

Una autoestima deteriorada puede convertir las relaciones con los demás, simple y llanamente, en imposibles. En una relación educativa, en la familia o en el trabajo, una baja autoestima puede traducirse en un fuerte autoritarismo (con castigos indiscriminados), un permisivismo irracional, una insuficiente atención, importantes faltas de afecto, o en un clima lleno de falsas expectativas. En una relación de pareja, se puede traducir en una desgastante monotonía, que termine en una sensación de “soledad acompañada”, llena de continúa rivalidad y con poca satisfacción afectiva.

Por el contrario, las personas con una fuerte autoestima afianzada en un saneado autoconcepto, se relacionan de modo positivo y constructivo, no caben los celos, ni las envidias (más propias de la comparación y de la autoimagen), por lo que, no se sabotea el trabajo ni los logros de los demás. No son amigos de enredos, críticas o chismes para desprestigiar a los demás. Saben pedir y aceptar generosamente el apoyo de los demás. Finalmente, tener una autoestima saneada implica buscar y saber encontrar, siempre dentro de los límites de mi persona, las razones y las causas de mis desencuentros, de mis desamores y de mis enfados

La autoestima bien instituida se cimienta sobre la certeza de que dentro de cada persona hay una idiosincrasia que nos hace únicos, una gran riqueza interior que nos permite construirnos como personas valiosas. Y es justo esto lo que a menudo se ignora, porque se antepone la valoración que los demás hacen de nosotros, sobre el esfuerzo de conocer nuestra esencia peculiar, auténtica base de una autoestima equilibrada. 


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25 de noviembre de 2021

El miedo al cambio

El cambio ocurre diariamente en nuestras vidas, en nuestro trabajo, en las organizaciones, en las relaciones personales, en la política, en la economía, en la sociedad. 


Para mí el cambio es como una ola, tan pronto llega, hay que montarla o si no la ola nos arropa tirándonos de golpe en la arena y sabemos que esto puede ser muy doloroso. Para preverlo es necesario estar atentos a las pequeñas señales. Si no estamos a gusto en una relación, si sentimos que nuestro cuerpo está dando señales de que no está bien, hay que tomar acción. Evaluar y reflexionar sobre la relación y en el caso de nuestro cuerpo ir a un profesional de la salud. Dar el paso y cambiar. Si nos aferramos a la situación no podemos estar libres para el cambio. Cuanto antes nos olvidemos de las situaciones pasadas, antes nos ajustaremos a las nuevas.

La energía del miedo es tan poderosa que genera lo que se teme. Energéticamente hablando, esto lo podemos traducir como: donde ponemos el foco, crece. Siempre que tememos algo, en algún momento en la vida lo vamos a manifestar. Si tenemos miedo a quedarnos sin trabajo, a quedarnos solos, al fracaso, a no encontrar nuestra alma gemela, y estamos constantemente dándole energía a ese pensamiento, tarde o temprano vamos a traer a manifestación lo que tanto tememos. Es preferible pensar y afirmar que lo mejor se manifiesta en nuestras vidas siempre.

Muchas veces el miedo es a algo que podría ocurrir, a lo desconocido y no a algo que está ocurriendo. Tú estás aquí y ahora mientras que tu mente está en el futuro y no te deja enfrentar el presente y trabajar con el.

El momento presente es lo único que tenemos. La mente trata de negar el ahora y huir de él, pasando del pasado al futuro constantemente, lo que crea estados de ansiedad y confusión, no dejándonos analizar objetivamente cual es la verdadera razón del miedo. Para saber si estás en el momento presente pregúntate si hay alegría y entusiasmo en lo que haces. Si no lo hay es que estás entrando y saliendo entre el pasado y el futuro y ves la vida como un esfuerzo continuo. En este momento pon atención a lo que haces y cómo lo haces. El cómo es más importante que el qué, disfrutar y estar presentes en el proceso te da la confianza que necesitas para aceptar plenamente el resultado. Cuando confiamos en Dios, en la Divinidad sabes que el resultado es para nuestro mayor beneficio.

¿Qué herramientas podemos utilizar para aquietar la mente y traerla aquí y ahora? La meditación, las afirmaciones (escritas y habladas en alta voz) la oración, la Yoga, el Tai Chi. Poner nuestra atención en el aquí y ahora es una forma de estar concientes del cambio y es en el ahora que podemos ser partícipes y no espectadores. Es en el ahora que podemos sembrar las semillas que luego darán su fruto. En el ahora podemos visualizar qué queremos sin apegarnos al resultado. En el Budismo Tibetano nos enseñan que una de las causas del sufrimiento es el apego. Suelta y deja ir. La meditación de soltar es muy provechosa para no apegarse. Busca un sitio tranquilo y silencioso, pon tu atención en la respiración y observa tus pensamientos. No entres en dialogo, no juzgues, solamente observa. Visualiza que todos tus miedos los entregas al mar sigue respirando, abre los ojos lentamente y siente la paz y la calma.

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24 de noviembre de 2021

No tirar la toalla: Autoeficacia

Cuando, ante determinadas circunstancias, la mayor parte de las personas se rinden, ¿qué hace que algunos pocos se recuperen, y trabajen incansablemente hasta alcanzar el objetivo deseado, es decir, el éxito?.

Relacionado con la seguridad de sentirse capaz de enfrentarse y superar los obstáculos para cumplir objetivos propuestos, el concepto de Autoeficacia, acuñado por Bandura en la década de los ´70, ha sido clave en el ámbito de la educación, está muy vigente en el sector de la salud y la gestión de problemas sociales crónicos, en el deporte, y tiene cada día más importancia en los programas de formación de líderes de las empresas.
En cualquier ámbito que tomemos de referencia, los seres humanos nos enfrentamos a un casi infinito número de desafíos, retos y problemas, y es vital comprender la manera en que nos adaptamos y conseguimos (si lo conseguimos) superar nuestros retos cotidianos. A este respecto, puede decirse que las creencias que tenemos las personas acerca de nosotras mismas, son claves para el control y la competencia personal frente a estos problemas, desafíos y decisiones. Un concepto que va más allá del de autoestima.
Autoeficacia y autoestima se diferencian claramente, ya que la primera es un juicio de capacidades específicas, en vez de un sentimiento general de valor propio, que  definiría más bien a la autoestima. "Es fácil tener autoestima, simplemente se pueden tener expectativas bajas", dice Bandura.
Son varios los ejemplos más comúnmente citados para referirse a esta capacidad de aprender de los errores y fracasos, y consolidarse resolviéndolos: Walt Disney, que no tuvo una infancia fácil, hubo de enfrentarse a mil y una dificultades, (bancarrotas, robos de derechos de clientes principales, incluso llegó a ser despedido de un periódico por “falta de imaginación”), hasta que finalmente viera su sueño cumplido, en 1928, de la mano de un ratoncito al que, por sugerencia de su esposa, bautizó como Mickey. De cada fracaso, dicen que decía que “florecía una lección”.
Harry Potter, el libro de J.K. Rowling, fue rechazado por, nada menos que, doce casas editoriales, antes de que una editorial pequeña aceptara publicarlo. Los Beattles fueron rechazados por Decca Records, argumentando que sonaban mal. El mismísimo Michael Jordan fue expulsado (por jugar mal) en secundaria de su equipo de baloncesto. Thomas Edison intentó mil veces hacer una bombilla, sin embargo él, le declaró a un periodista:"No fallé 1,000 veces, el bombillo fue una invención con 1,000 pasos". Una cosa es común a toda esta gente, y es que creen que un esfuerzo, persistente y tenaz, tarde o temprano, rendirá frutos.
El primer ejecutivo de General Electric, Jeffrey Immelt, al inicio de su carrera profesional, mientras experimentaba con productos químicos volátiles, tuvo un serio percance que acabó con el edificio en el que se albergaban los investigadores. En su biografía comentaba que “su confianza se derrumbó del mismo modo que lo hizo el edificio donde se hacían esas pruebas”. También afirma, que su director, lejos de sancionarle, le sugirió que dejara de lamentarse, e intentara aprender algo de ese lamentable incidente.  Hace no mucho, en una entrevista comentaba: “Cuando alguien comente errores, lo último que necesita es disciplina. El trabajo en este punto es rehacer la autoconfianza”. Los resultados profesionales de J. Immelt a la vista están.
Tanta determinación no es innata, e incluso, según asegura Robert Brooks, psicólogo de la Escuela de Medicina de Harvard, "cualquiera puede desarrollar una mentalidad resistente a cualquier edad", basta con entrenarse en dominar una tarea, tener como modelo a otros que hayan conseguido sus objetivos, o a través de la “persuasión verbal”, tal y como apuntó Bandura pionero de la teoría cognitiva de la autoeficacia.
Según dicha teoría, es muy importante la creencia en la propia eficacia, para que una persona se mantenga firme ante una situación adversa; por otro lado, se pone de manifiesto la fragilidad de dicha confianza, ya que según se ha probado, puede desvanecerse igual de rápidamente que se aprende.
En cualquier esfera de la vida, el concepto de Autoeficacia, adquiere especial relevancia, ya que según afirma el profesor Brooks "Uno de los grandes impedimentos en la vida, es el temor a la humillación", y en la empresa, no sólo es importante, sino que es clave, ya que es preciso transcenderlo en aras de una eficacia organizativa.

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16 de noviembre de 2021

Responsabilidad Personal


De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española de la lengua la responsabilidad es “la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”.

El ejercicio de la responsabilidad individual depende de cada uno. En principio, en un contexto de libertad, y desde la perspectiva de una persona sana, es decir, libre de trastornos psicológicos graves,  todos podemos elegir libremente qué hacer con nuestra vida, hacia dónde dirigirnos, con quienes queremos estar, qué queremos ser. Podemos incluso decidir no tomar ninguna decisión acerca de nuestra vida.

La consecución de nuestros objetivos y de nuestras metas depende de muy diversos factores, pero el principal de todos ellos es ser conscientes de la responsabilidad que tenemos sobre nuestras propias vidas, sobre nuestro bienestar y sobre nuestra felicidad personal.

Ser responsable supone decidir acerca de cuáles son las acciones más adecuadas para conseguir nuestros objetivos, significa ser proactivos, tomar la iniciativa. La responsabilidad conlleva tomar conciencia acerca del nivel de atención que prestamos a nuestro trabajo, a nuestras actividades y tareas cotidianas, así como a las relaciones que mantenemos con las personas que se encuentran en nuestro entorno, ya sea personal o profesional.

Ser responsables significa asumir las consecuencias de las decisiones que tomamos, por tanto, significa excluir de toda culpa a las circunstancias o personas que nos rodean. Expresiones como “ella/el me está volviendo loca/o”, “esta persona me saca de quicio”, “todo lo que me pasa es por su culpa”, “esta situación es injusta”, son expresiones que ponen de manifiesto nuestra falta de responsabilidad.



Ser responsables supone también decidir cómo jerarquizamos nuestro tiempo, como disponemos de nuestra energía, a quiénes le dedicamos ese tiempo y esa energía. Asimismo, ser responsable afecta a la calidad de nuestra comunicación con los demás. En el ejercicio de nuestra responsabilidad somos nosotros los que nos cercioramos de que las personas han entendido el mensaje que transmitimos, y de que también hemos entendido lo que otros pretenden comunicarnos, por tanto, somos responsables de la forma y de la claridad con que expresamos nuestras ideas e interpretamos las de los demás.

La responsabilidad supone aceptar de forma incondicional que nuestra felicidad depende sólo y exclusivamente de nosotros. Esto exige un alto grado de madurez personal. Significa que no vamos a hacer depender nuestra felicidad del hecho de que otros nos quieran o no, cumplan nuestros deseos o no, actúen de la forma que creemos más oportuna o no, o nos presten o no la atención que consideramos nos merecemos. Otra cosa es reconocer que las personas, con su comportamiento, pueden entristecernos, especialmente si éstas son parte importante en nuestras vidas, pero ¿hasta qué punto vamos a dejar que ese comportamiento siga afectándonos?.

Actuar de forma responsable lleva consigo el decidir y asumir los valores conforme a los cuales deseamos vivir. El hecho de que estos valores hayan sido adquiridos de forma pasiva e irreflexiva es algo contrario a la acción responsable. Los valores, es decir, los aspectos que realmente nos motivan, nos impulsan en nuestra vida, influyen decisivamente sobre nuestra forma de comportarnos y sobre nuestro sentido de integridad. Somos íntegros cuando lo que pensamos, lo que decimos y, sobre todo, lo que hacemos, resulta coherente con nuestros valores. Por ello, elegir cuáles son esos valores y alinear nuestro comportamiento con ellos entra dentro del ámbito de nuestra responsabilidad.

Mantener una alta autoestima, es decir, la valoración que tenemos de nosotros mismos, es también nuestra responsabilidad. Difícilmente podemos tener una alta autoestima si no somos responsables de nuestra vida y nuestra felicidad.

Ahora bien, es preciso matizar, y tener muy en cuenta, que no resulta oportuno ni aconsejable, hacernos responsables de sucesos que ocurren a nuestro alrededor y que se escapan a nuestro control, ya que entonces dejaríamos nuestra autoestima, y por tanto, nuestra felicidad a expensas de las actitudes y comportamientos de terceros, o a sucesos que, en la mayoría de las ocasiones, poco o nada tienen que ver con nuestras acciones directas. Por contra, estaríamos, asimismo, perjudicando gravemente nuestra autoestima si no fuéramos responsables de aquellos asuntos que están bajo nuestro control y dependen de nuestra voluntad.

Existe un concepto que se denomina “libertad interior”, y cuyo ejercicio responsable o no depende exclusivamente de nosotros. Esta “libertad interior” implica la forma en la que interpretamos las cosas que nos suceden, incluso de aquellos sucesos externos que escapan de nuestro control. Es cierto, que no podemos controlar absolutamente los resultados en sí de nuestras acciones, o los comportamientos y actitudes de los demás, pero sí decidir nuestra actitud y la interpretación que hacemos de esos resultados, de esos comportamientos y de esas actitudes. En este sentido, nuestra actitud y nuestra interpretación puede ser optimista o pesimista, desde una posición de “sentirse” víctima, dejándonos llevar por la frustración, o bien desde una posición de protagonistas de nuestras propias vidas, aprendiendo de errores y fracasos. Esto es una decisión que depende única y exclusivamente de nosotros, del ejercicio que hagamos de nuestra “libertad interior”.

Tal y como decía Victor Frankl, aún en las circunstancias más adversas nadie puede privarnos de esa libertad interior. Víctor Frankl es un psiquiatra de origen judío que durante muchos años vivió bajo el cautiverio de los nazis, encarcelado en un campo de exterminio. En su libro “El hombre en busca de sentido” exponía que sus carceleros, si bien podían torturarle, privarle de libertad, insultarle, o incluso quitarle su propia vida, nunca podían decidir sobre la interpretación que el mismo hiciera de esos hechos, en el ejercicio responsable de su libertad interior. Durante su cautiverio Víctor Fankl ayudó a muchísimas personas a salir adelante en condiciones infrahumanas, haciéndoles ver este aspecto tan importante, conjuntamente con la búsqueda de aquello que le daba sentido a sus vidas, aquello por lo que merecía la pena seguir viviendo. Víctor Frankl se ganó el respeto no sólo de sus compañeros de cautiverio, sino también de sus propios carceleros, y dio muestras de que, en último término, la felicidad depende de nosotros, es decir, de la responsabilidad que asumamos sobre nuestras propias vidas, sobre las consecuencias de nuestras decisiones, aún en las peores circunstancias.

Por tanto, por un lado, existen hechos y circunstancias externas a nosotros mismos que escapan totalmente de nuestro control, sobre los que difícilmente podemos actuar o incluso influir y que entran dentro de, lo que autores como Stephen Covey, denominan nuestro ámbito o “círculo de preocupación”. En estos casos, no resulta útil, ni aconsejable, responsabilizarnos de ellos hasta el punto de provocar en nosotros sentimientos de culpa,  enfado o frustración, que acaben repercutiendo en la valoración que tenemos de nosotros mismos y de nuestras capacidades como seres humanos y, por tanto, perjudicando seriamente nuestro bienestar y felicidad.

Por otro lado, existen otros hechos o circunstancias externas sobre los que pudiendo nosotros influir en mayor o menor medida, modificarlas, no dependen exclusivamente de nosotros, si bien nuestros pensamientos, decisiones, actitudes o comportamientos pueden hacer que éstas, como la erosión del agua de los ríos sobre su cauce, o la gota que de forma permanente e inexorable cae sobre la roca, pueden a medio y largo acabar provocando cambios muy significativos. Este segundo grupo de hechos o circunstancias estarían dentro del nuestro ámbito o “circulo de influencia”. En este ámbito, nuestra responsabilidad tiene más que ver con la forma en que nosotros interpretamos las cosas que suceden en nuestro entorno más cercano o con las consecuencias de nuestras decisiones, que con los resultados en sí de nuestras acciones o comportamientos o con las actitudes o comportamientos de los demás. En este sentido, esta interpretación será más optimista y constructiva en la medida que nuestra forma de pensar, hablar y actuar sea coherente con nuestro valores, y éstos a su vez estén alineados con principios universales e intemporales, como el compromiso, la honradez, el trabajo bien hecho o la dignidad del ser humano, etc., es decir, cuando nos comportamos con integridad.

Los aspectos internos o procesos psicológicos conscientes, siempre desde la perspectiva de una persona psicológicamente sana, y con matizaciones,  están bajo nuestro control.  Como parte de esos procesos, nuestra actitud ante los hechos o circunstancias externas, el cómo los interpretamos y la forma en que, por tanto, utilizamos nuestra libertad interior, indican el grado de responsabilidad y la madurez personal que cada uno nosotros poseemos. Es aquí donde se sugiere, con el conjunto de matizaciones que se quiera, que la responsabilidad personal sobre nuestra vida, sobre nuestro bienestar y sobre nuestra felicidad es plena, porque ¿de quién depende nuestra actitud?, ¿y nuestros pensamientos?. ¿Alguien nos obliga, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar (recuérdese a Victor Frankl), a tener pensamientos del tipo: “La vida es un desastre. Nada tiene sentido y poco puedo hacer respecto a mi vida”, o bien del tipo “Qué día tan maravilloso ha  amanecido hoy. Cielo azul, buena temperatura, olor a azahar. Esto va muy bien”?.

Esta responsabilidad plena sobre nuestro bienestar y sobre nuestra felicidad tiene sus aspectos positivos y “negativos”. Al hacernos responsables plenos de nuestra vida ya no buscamos en las circunstancias, los hechos externos, los comportamientos o las actitudes de los demás justificaciones para nuestra tristeza o vacío interior, ya que no sería compatible con el propio concepto de responsabilidad personal, e implica tomar decisiones, ser proactivos, ser protagonistas de nuestras vidas y, por tanto, como aspecto “negativo” cierto grado de ansiedad ocasionado por la incertidumbre que genera el no saber cuál será el resultado de nuestras acciones. ¿Significa esto que ya no podemos o debemos sentirnos tristes? Claro que sí podemos. En ocasiones hay motivos objetivos para ello. No somos máquinas, tenemos sentimientos y emociones pero, ¿cómo gestionamos esas emociones?, ¿lo hacemos de forma responsable?.

¿Cuál es el aspecto positivo de una responsabilidad plena con nuestro bienestar y felicidad?. En cierta forma, al tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad plena sobre nuestro bienestar y nuestra felicidad, nos liberamos de muchas ataduras, tomamos el control, y las riendas de nuestra vida. Entonces nos volvemos proactivos, emprendemos acciones y tomamos conciencia y decisiones sobre nuestras vidas, sobre las cosas que pensamos, nuestras creencias, nuestros valores, nuestras interpretaciones, las cosas que realmente nos importan, etc. Lo que entonces sucede es que caemos en la cuenta que realmente podemos ir, poco a poco, con paciencia y perseverancia, haciendo de los fracasos y de los errores motivos de aprendizaje y de crecimiento personal, en lugar de motivos para la frustración, la tristeza, la desesperanza y la pérdida de confianza en nosotros mismos, algo por otro lado demoledor para nuestra autoestima y para nuestro bienestar y felicidad personal.

La toma de conciencia de la responsabilidad personal y plena sobre nuestro bienestar y nuestra felicidad, y sobre lo que ello implica de positivo,  es el inicio de un proceso de cambio personal maravilloso, que nos va llenando de energía, de fuerza, de ilusión, de esperanza, de acciones que tienen su origen en nuestros valores, nuestros deseos. Y de repente, con perseverancia, aceptación, amor y compasión, vamos comprobando como, lentamente, cambiamos actitudes, pautas de pensamiento, y comportamientos. Nos volvemos más flexibles, tolerantes, empáticos, asertivos, compasivos y afectivos. Nos aceptamos y aceptamos a los demás. Aprendemos de nuestros errores y de nuestros fracasos. Vivimos el presente, sin la tristeza del pasado, ni la ansiedad del futuro, sino plenamente concentrados en lo que hacemos en cada momento, con sentido de fluidez. Nos volvemos más creativos y, por tanto, expresamos nuestra inteligencia más genuina, de forma extraordinaria, que nos hace únicos, diferentes a todos los demás, porque, de hecho, lo somos. Aquella inteligencia que pone en valor nuestras capacidades y talentos. Somos entonces protagonistas de nuestra vida, ya que vivimos motivados, con integridad, y con un profundo respeto por los demás. Fijamos nuestras propias metas y objetivos, y las alternativas y acciones que, por muy pequeñas e insignificantes que éstas nos puedan resultar, nos acercan, lenta pero inexorablemente, a esos objetivos. Puede que llegue un punto en que busquemos trascender y dar un sentido a nuestra vida que va más allá de nosotros mismos. El resultado será que, casi sin darnos cuenta, iremos configurando nuestra propia realidad, nuestro “círculo de influencia” se hará cada vez más grande y, en ese lento, pero maravilloso proceso, iremos comprobando como las personas que nos rodean también inician su propio proceso de cambio personal, porque “yo también quiero”, dirán algunos, y éstos a su vez, en una espiral sin fin, con su comportamiento, su actitud y su ejemplo, influirán sobre otros.

Recordemos siempre, por tanto, que nadie, absolutamente nadie, puede privarnos de nuestra libertad interior para interpretar y pensar como queramos. Todo es cuestión de tomar conciencia, ejercer nuestra plena responsabilidad sobre este hecho y, lo más importante, querer cambiar y comprometerse con ese cambio.

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